domingo, 19 de enero de 2014

Lectura, Dickens y el impacto de la RI en sus novelas

DICKENS (1812-1870) Y LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL: TIEMPOS DIFÍCILES

PÁGINA CON LA BIOGRAFÍA Y CUENTOS


    Charles Dickens (1812-1870), es uno de los novelistas más conocidos y valorados de toda la literatura universal. En sus novelas, fue capaz de mezclar la aguda crítica social con el humor y la ironía y de crear personajes magistrales a los que describía con tal maestría que los dotaba de una personalidad casi real. Evoca tiernas postales navideñas pero también lúgubres hospicios y retratos del Londres victoriano más injusto. Desveló en su obra las desigualdades sociales de la que era por entonces capital del mundo, consiguiendo con su denuncia convertirse en uno de los mayores  autores de bestséllers de la historia de la literatura.
 
    Fue uno de los escritores más leídos en su época y se erigió en una celebridad pese a sus humildes orígenes (nace en Portsmouth, Inglaterra, en el seno de una familia de clase media-baja). Su traumática infancia (el encarcelamiento de su padre lo obligó a trabajar desde muy pequeño en una fábrica de betún) y su parca formación de autodidacta –sólo acudiría al colegio a partir de los nueve años– no le impidieron consagrarse entre los grandes. Con veintisiete años, era  el novelista más popular y reconocido de Inglaterra. 
     Entre sus obras más conocidas se encuentran, “ Los papeles del club Pickwick”, “Canción de Navidad”,  “David Copperfield”, “La pequeña Dorrit”, “Grandes esperanzas”, “Oliver Twist”, “La tienda de antigüedades”, Tiempos difíciles, “Historia de dos ciudades” y su última novela, “El misterio de Edwin Drood”, que quedó incompleta.
    
     Podemos rastrear la sociedad industrial inglesa de la época en numerosas novelas. 
Su infancia, en la que se va a ver obligado a trabajar en una fábrica de betún, se va a ver reflejada en novelas como David Copperfield, su primer gran éxito, pero también en el pequeño Pip de Grandes esperanzas, o en el oprimido Oliver Twist. Todos son el pequeño Dickens: tres protagonistas, tres niños desamparados obligados a vivir privados de una justa infancia. 
     Más tarde, utilizando el humor y  la sátira, Dickens consigue en Tiempos difíciles (1854) denunciar el trato dispensado por los empresarios a los trabajadores, considerados meras manos-apéndices de las máquinas que manejaban. Es esta novela la que mejor expone el salvajismo y miserias de revolución industrial. Se describe perfectamente la fisonomía de la ciudad industrial, el trabajo infantil, clases sociales como la burguesía o el proletariado, etc.
  

Tiempos Difíciles. Reseña del libro:
La décima novela del maestro Charles Dickens, es una de las más densas, donde toma singular protagonismo la lucha de clases y  las características de la sociedad industrial de mitad del siglo XIX. 
En Tiempos Difíciles el escenario ya no es Londres, sino una ciudad obrera llamada Coketown; en ella aparecen dos clases sociales incompatibles: los propietarios industriales y el proletariado. La disposición crítica propiamente dickensiana se manifiesta a través de la utilización del realismo social, con el que el autor fustigará duramente a esas redes industriales que promueven que un puñado de hombres elegidos fiscalice el destino de cientos de trabajadores. 
Por otro lado, Dickens sumará una tercera clase social representada por el circo, aquellos que no pretenden participar del sistema de producción y que viven de forma alternativa.

La novela de Dickens, se desarrolla en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX, época de la Segunda Revolución Industrial, donde puede notarse reflejado la calidad de vida de los obreros, sus dificultades y contrariedades, en contraste con la gran vida que llevan los empresarios.     

Fragmentos destacados:


“Era una ciudad de ladrillos colorados, o más bien de ladrillos que habrían sido colorados, si el humo y las cenizas lo hubiesen permitido; pero tal como estaba, era una ciudad de un rojo y de un negro poco natural, como el pintado rostro de un salvaje. Era una ciudad de máquinas y de altas chimeneas, de donde salían sin descanso interminables serpientes de humareda, que se deslizaban por la atmósfera sin desenroscarse nunca del todo. Tenían un canal obscuro y un arroyo que llevaba un agua enturbiada por un jugo fétido, y existían vastas construcciones, agujereadas por ventanas, que resonaban y retemblaban todo el santo día, mientras el pistón de las máquinas de vapor subía y bajaba monótonamente, como la cabeza de un elefante enfermo de melancolía. Contaba la ciudad de varias calles grandes, que se parecían entre sí, y de infinitas callejuelas aún más parecidas unas a otras, habitadas por gentes que se parecían igualmente, que entraban y salían a las mismas horas, que pisaban de igual modo, que iban a hacer el mismo trabajo, y para quienes cada día era idéntico al anterior y al de después, y cada año el vivo reflejo del que le había precedido y del que iba a seguirle”.

Libro I Capitulo V. Charles Dickens. Tiempos difíciles.


Un día de sol en plena canícula. A veces hace días así hasta en el mismo Coketown.
Visto Coketown desde lejos con semejante tiempo, yacía amortajado en una neblina característicamente suya, que parecía impermeable a los rayos del sol. Se advertía que allí dentro había una ciudad, porque era sabido que sin una ciudad no podía existir aquella mancha fosca sobre el panorama. Un borrón de hollín y de humo, que unas veces se inclinaba confusamente en una dirección y otras en otra; que unas veces ascendía hacia la bóveda del cielo y otras reptaba sombrío horizontalmente al suelo, según que el viento se levantaba, caía o cambiaba de cuadrante; una masa densa e informe, cruzada por capas de luz que ponían únicamente de relieve amontonamientos de negrura: así era como Coketown, visto a distancia, y aunque no se descubriese uno solo de sus ladrillos, daba indicios de sí mismo.
Lo admirable de Coketown era que existiese. Tantas veces había sido reducido a ruinas, que causaba asombro cómo había podido aguantar tantas catástrofes. Se puede afirmar que los fabricantes de Coketown están hechos de la porcelana más frágil que ha existido jamás. Por grande que sea el mimo con que se los manipule, se rompen en pedazos con tal facilidad, que lo dejan a uno con la sospecha de si no estarían antes agrietados. Cuando se les exigió que enviasen a la escuela a los niños que trabajaban, se arruinaron; cuando se nombró inspectores que inspeccionasen sus talleres, se arruinaron; cuando estos inspectores manifestaron dudas acerca del derecho que pudieran tener esos fabricantes a cortar en tajadas a los obreros con sus máquinas, se arruinaron; y cuando se insinuó la opinión de que acaso no fuese indispensable que produjesen tanto humo, se arruinaron total y definitivamente. Además de la cuchara de oro del señor Bounderby, que andaba en boca de casi todos en Coketown, era muy popular en esta ciudad otro mito, que adoptaba la forma de una amenaza. Siempre que un coketownense creíase perjudicado, es decir, siempre que se le impedía campar por sus respetos y alguien proponía que se le hiciese responsable de las consecuencias de sus actos, podíase tener la seguridad de que reaccionaría con la espantosa amenaza de que «antes arrojaría al Atlántico todos sus bienes».Esta amenaza había puesto en varias ocasiones al ministro del Interior a dos dedos de la muerte.
Sin embargo, los coketownenses eran tan patriotas, a pesar de todo, que jamás arrojaron sus bienes al Atlántico, sino que, por el contrario, tuvieron la amabilidad de cuidarlos celosamente. Allí estaba, pues, Coketown, entre la neblina lejana, creciendo y multiplicándose.
Las calles estaban abrasadas y polvorientas en aquel día de verano, y el sol era tan brillante que atravesaba el espeso vapor que caía sobre Coketown y no permitía fijar en él la vista. Los fogoneros surgían de profundas puertas subterráneas para salir a los patios de las fábricas, y tomaban asiento en gradas, postes y vallas, enjugándose los rostros ennegrecidos y mirando los carbones. La población entera daba la impresión de estar friéndose en aceite. Se percibía en todas partes un penetrante aroma de aceite caliente. Las máquinas de vapor aparecían brillantes de aceite; la ropa de los obreros tenía manchas de aceite; las fábricas, a través de todos sus pisos, destilaban y chorreaban aceite. En los palacios de hadas la atmósfera parecía el aliento del siroco, y sus moradores, desfallecientes de calor, trabajaban lánguidamente en el desierto. Pero no había temperatura capaz de devolver su juicio a los elefantes ni de enloquecerlos más de lo que estaban. Sus fastidiosas cabezas iban y venían al mismo compás con tiempo caluroso o con tiempo frío, con tiempo húmedo o con tiempo seco, con tiempo bueno o con mal tiempo. A falta del susurro de los bosques, Coketown sólo podía ofrecer el vaivén acompasado de las sombras de esos elefantes en los muros; en cambio, para sustituir el zumbido veraniego de los insectos, podía ofrecer durante todo el año, desde el amanecer del lunes hasta el anochecer del sábado, el zumbido de las transmisiones y poleas.
Zumbaban perezosamente durante todo aquel día de sol, adormilando aún más y dando más calor aún al caminante que pasaba junto a los muros susurrantes de las fábricas. Las persianas y los riegos refrescaban un poco las calles principales y los comercios: pero las fábricas, los patios y las callejuelas ardían lo mismo que un horno. Río abajo, un río negro y espeso de residuos colorantes, algunos muchachos coketownenses que estaban de asueto - una escena rarísima en dicha población- bogaban en una lancha absurda que dejaba en las aguas una estela espumosa conforme avanzaba ; y a cada inmersión de los remos se removían olores nauseabundos. Pero el sol mismo, aunque produzca en general efectos beneficiosos, era menos benigno con Coketown que el frío más rudo, y rara vez clavaba fijamente su mirada en los rincones más apretados de la ciudad sin que engendrase más muerte que vida. Así es como el ojo del mismo cielo se convierte en un ojo maldito cuando unas manos incapaces o sórdidas se interponen entre él y las cosas a las que él mira para llevarles su bendición.

Libro II Capitulo I. Charles Dickens. Tiempos difíciles.  
ACTIVIDADES
  • Lee atentamente los fragmentos de la novela.
  • Busca el significado de las palabras desconocidas.
  • ¿Quién escribió Tiempos Difíciles?  Redacta una breve biografía con el material aportado. Si fuera necesario busca información.
  • Por qué llama el escritor a esos años "época victoriana?
  • ¿Cuál es la trama del Tiempos Difíciles?. ¿Por que decimos que la novela es una critica a la sociedad inglesa de aquellos años?
  • ¿Cuales son los personajes principales del Tiempos Difíciles?
  • ¿Cómo describe el autor el contexto espacio temporal en el que sitúa el relato, menciona las características de los lugares y espacios?
  • ¿Cómo podemos observar la problemática infantil a través del relato?
  • ¿Cómo es el final del Tiempos Difíciles?

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